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Hinchas de River perdieron tren a Tokio y deambularon en la fría Osaka

La Odisea increíble de un grupo de aficionados de River Plate por perder un tren con destino a Tokio

El sufrimiento de los hinchas 'millonarios' en Osaka.

El sufrimiento de los hinchas 'millonarios' en Osaka. Crédito: Canchallena

Eran dos palabras pero había que elegir una, y el guardia de la estación la eligió. “Maestro”, le dijo uno de los hinchas, “is o the train o the street, please te pido; please”. En el andén esperaba el último tren de Osaka a Tokio. El hincha, vocero de otros siete hinchas, juntaba las manos como saludando en japonés. El guardia ya le había tirado tres veces la fatality: chocaba sus muñecas mientras estiraba los dedos de las manos como un ninja, formando -así- una cruz que les decía que no; si no tenían los tickets correspondientes, obvia y lógicamente, la respuesta era no. Los hinchas no tenían los tickets correspondientes pero ya se les había ido el penúltimo tren a Tokio, muchos habían creído que salía a las doce de la noche y en realidad salió a las 23, así que ahora estaban ahí, between the train o -please, maestro- the street. Y fue the street.

Doce de la noche, un grado en las calles, todo cerrado en los alrededores de la estación. “Nos tiramos por acá y esperamos, fue”, zanjó un hincha. Acá era, en realidad, allá: una sala de espera con una bruta calefacción. La procesión comenzaba. Fueron: cerrada. Otro guardia apareció y también traía su fatality: se cerraba la sala porque se cerraba todo, y todo es todo. Todo era, también, la estación.

“Metámonos en algún pasillo, esto es enorme, no nos van a ver”, ideó un Rick Grimes circunstancial. Era cierto, eso estaba bien: algún descanso de los que había en ese Godzilla los tenía que salvar.

Caminaron, encontraron uno: zafamos. Pasó un instante: guardia, fatality. Son las doce y media de la noche. Una horda de homeless extranjeros empieza a caminar Japón.

El puente que cruzaba la estación de Osaka tenía los latidos de la General Paz. Sentados contra las paredes dormían dúos o tríos de hinchas a los que les había pasado lo mismo. En una calle que parecía la madrugada de Paseo Colón había cinco japoneses acostados en bolsas de dormir. Se repite: japoneses, noche, calle, bolsas de dormir.

Tosían, se daban vuelta, se movían. Ni la costumbre ni los abrigos pueden con los superpoderes del frío. Hay una sola Kryptonita para atemperarlo, quizá, y es el alcohol. Un hincha que venía caminado de frente lo había entendido a la perfección.

El supermercado abierto las 24 horas apareció sin que lo imaginaran, como una luz. “Entremos. Vamos comprando cafés, los tomamos, compramos más y así la vamos pateando. Tarden en comprarlos, hagan que eligen.

Está calentito acá”, mandó Grimes. Estaba calentito, sí, hasta que algo sucedió: el tipo que estaba en la caja entendió la inverosimilitud que era que ocho hombres vestidos con los mismos buzos y las mismas camperas aparecieran en su local y hablaran -gritaran- en un idioma que no había escuchado nunca, así que decidió algo genial. Desde el fondo llegó el sonido de una aspiradora. “Close, close”, dijo, y pasando la aspiradora los echó.

Veinte minutos pudo dormir el grupo en la lápida que era la calle, y ya no pudo más.

La salvación llegó a las cuatro de la mañana y fue en un cajero automático. Habían salido a caminar para darse calor hasta que uno gritó: “¡Mirá!”. El lujo -nunca se los habían dicho- era eso: el calor de un cajero automático, alguien que pone Rodrigo en su celular. Los seis -porque ahora eran seis- charlaron hasta que se hicieron las cinco de la mañana, la hora en la que abría la estación, y mientras volvían uno tiró la idea de formar un grupo de whatsapp. Lo llamaron “El frío de Osaka” y la foto de perfil es todos juntos abrazados en la estación, esperando para volver.

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